Una guardia
Hubo una época, no muy lejana, en la que le dio a uno por cuantificarlo todo: qué número de cervezas había tomado en mi vida si aproximadamente bebo una al día; cuántas veces he sacado a pasear a mi perro si lo he hecho una media de dos veces al día durante seis años; cuál es el número de cigarrillos que ha fumado mi padre, etcétera. Ponerle una cifra a las cosas, como si eso sirviese para algo más que para añadir asombro a la ya de por sí asombrosa existencia.
Esa afición ridícula pasó, y ahora lo que uno cuenta son únicamente los minutos –por lo general escasos- que tengo para leer y escribir, la porción de tiempo de las fugaces escapadas que hago a la biblioteca de casa para escribir estos diarios o algún párrafo de la novela o relato que me ocupa, para continuar la lectura que tenga entre manos, para escuchar a Brahms en silencio rodeado de mi más preciado tesoro libresco. Tener un hijo es algo muy serio, más que el trabajo y más que la literatura, y aunque a veces desespere uno ha de ser paciente, y robar las horas que él necesita al sueño o a entretenimientos mucho menos edificantes. Si se quiere, se puede, que es un lema parecido al del partido político que nos ha abochornado a muchos en su presentación en el Congreso de los Diputados. Una madre y su hijo lactante en el Hemiciclo (Hemicirco), al parecer con la única intención de llamar la atención sobre la dificultad de conciliar vida laboral y privada. Bueno, supongo que nadie se ha preguntado si puede conciliarse algo cuando se quiere ser todo y además de ello, madre. La diputada en cuestión es madre soltera, profesora de universidad, candidata a presidir la Cámara Baja por el tercer partido de España y seguro que algo más, pero quiere tener tiempo de ser una madre perfecta. ¿No es eso incompatible? ¿No parece que la diputada peca de excesiva ambición? Yo no tengo tiempo ahora, con Rodrigo, de hacer lo que hacía antes de decidir ser su padre, ni su madre tampoco. Optamos por tenerlo y centrarnos en él, no en una carrera política y profesional de éxito a su vez. Por lo tanto ganamos menos dinero, renunciamos a un sueldo y a algunas cosas más, que son renuncias elegidas y que nos compensan sobremanera.
No sabe uno por qué se va por las ramas cuando coge la pluma, pero lo cierto es que siempre acaba haciéndolo. Hablaba de trastornos mentales de contabilización compulsiva y he acabado hablando de política de género. Es tarde y estoy aquí otra vez, en Coín, de guardia: sé que quien me lee me perdona. Sólo quería anotar en los diarios que me gusta trabajar de noche, ser útil a la sociedad en la que uno se desenvuelve en horas en las que los demás duermen. Hay silencio, frío y tranquilidad absoluta únicamente interrumpida por un timbre que, de cuando en cuando, llama pidiendo auxilio en forma de medicamentos o consejo sanitario.
Antes de dejarlo definitivamente hago un cálculo más: en once años, aproximadamente, ha hecho uno casi setencientas guardias de 24 horas. Y las que quedan.