Redburn o la vida misma
El libro que ahora preparo –del que es mejor no decir demasiado– me ha llevado a leer una novela de Herman Melville. Era tal la pasión del escritor tratado en mi libro por el novelista estadounidense que me fui a mi biblioteca y busqué en la estantería donde tengo las novelas marineras cuáles eran mis libros del autor de Moby Dick. Junto a Benito Cereno –mi favorita de las escasas obras que escribió Melville–, estaba la que ayer terminé, Redburn, su primer viaje. Escrita a mediados del siglo XIX, antes de la obra que –póstumamente, claro– lo consagraría como uno de los mejores escritores de la historia de EEUU y donde se ven trazas de la historia de la temible ballena blanca, ha supuesto para mí una cantidad de horas de placer inimaginables.
La edición, magnífica, es de Alba. Quinientas páginas que se leen como si fuesen la mitad entre la emoción, la aventura y la compasión más profunda por la suerte de todos los pobres diablos que por ella transitan. La historia es muy sencilla: el huérfano adolescente de un comerciante americano decide, en un larde de demostrar a su familia que es un hombre valiente y digno de sustituir el papel del padre muerto, enrolarse en el barco Highlander, un inmenso mercante de vela dedicado a la travesía Nueva York-Liverpool. Redburn, el personaje, nos detalla en primera persona la dureza del viaje, sus dudas, la maldad –y también la bondad– de la mayoría de la marinería y los oficiales, su relación con un Dios en el que cree firmemente –Melville trufa la novela de metáforas bíblicas sublimes– y las ganas de conocer Europa y la ciudad de destino: Liverpool.
En Inglaterra, en la citada ciudad, se desarrolla la mitad de la novela, entre las travesías de ida y de vuelta. Cómo describe la decimonónica ciudad, su puerto, la rareza –para él– de aquellos habitantes, la miseria reinante y las pensiones de marineros es del todo memorable. También –y tal vez, de lo que más–, Redburn nos habla de la amistad y de la compasión hacia los débiles, hacia todos los seres que sufren. Es difícil no emocionarse con la historia del pseudoaristócrata inglés Harry, y de su mala suerte en el viaje de vuelta a América. Un regreso acompañado por más de quinientos emigrantes irlandeses hacinados, y que se convertirá en un infierno.
La obra, que pasó prácticamente inadvertida, es hoy, aun con su escasa ambición estilística y formal –algo que corregirá de sobra en otras obras–, una novela imprescindible para comprender la vida marinera, la crueldad y el noble corazón que –cual Justos en Sodoma– reina en algunos de nuestro semejantes. Una novela a ratos brutal y a ratos –a pocos ratos– optimista y feliz. Una novela idéntica a la vida misma.