Lecturas decepcionantes
Nada me desagrada más que dejar un libro. No suelo hacerlo. De la inmensa mayoría de los libros que empiezo –hablo fundamentalmente de novelas– ya sé algo, lo suficiente para tener un mínimo de interés, una referencia, una obra anterior de dicho autor, una crítica de alguien conocido y de confianza, etcétera. Pocas son las veces que cojo un libro al azar, aunque de ellas también hay anécdotas felices y soberbias lecturas.
Este año, desde principios de enero, me he propuesto leer a autores españoles, sobre todo de mi generación, que están publicando hoy día en España. Y es algo extraño y a su vez peligroso, porque está uno también lógicamente en ese grupo, y debería actuar kantianamente, con la máxima de que tu acción se convierta en máxima universal, es decir, no hablar mal de escritores que puedan a su vez hacer lo propio contigo. Pero no vivir de la literatura, sino para ella, da una libertad que entiendo produzca insana envidia. Yo soy un boticario que escribe novelas, no un escritor a tiempo completo.
No quiero citar a nadie en concreto. No llevaría a ninguna parte hacerlo. Pero sí diré que de las aproximadamente quince novelas que he comenzado a leer, cuatro o cinco son de escritores de menos de cuarenta años aclamados por la crítica, con exageradas reseñas donde abundan los adjetivos hiperbólicos y la retórica más sorprendente. Pues bien, de esas quince no he terminado diez, y en algunos casos no he llegado a la mitad. ¿Qué ocurre? ¿Por qué de esta catástrofe literaria?
A los 30 años empecé a escribir, y no sé si lo que hago será juzgado bien o mal: no me importa demasiado, que no es lo mismo que eso no me importe en absoluto. Supongo que seguiré escribiendo en el futuro –aunque no es seguro, nada lo es–, pero sí seguiré leyendo, que es, con mucho, la actividad más placentera que conozco, y la que mejor sé hacer. En las novelas que se están publicando ahora –la mayoría, las que he leído, las que yo he decidido empezar– no hay ni rastro de lo que uno, como lector avezado, pide a una historia, que son estilo y cierta épica, un zarandeo en el corazón que emocione. Que en el texto se cuente una buena historia con una prosa cuidada, elegante, diferente o compleja. O todo junto.
Pero lo que encuentro es la nada, la historieta, la trama urbana de siempre con personajes risiblemente atormentados, obsesionados con el sexo turbio y oculto, con bajas pasiones mal resueltas y muchas visitas al psicólogo, muchos paseos en metro con sobredosis de psicótropos y un odio al mundo un tanto patético. Todo ello contado con una prosa anoréxica, con frases que parecen sacadas de una conversación banal. Se ha puesto uno a buscar Grand Style –el estilo vigoroso del que hablaba Benet– y lo único que he encontrado de momento son películas de Almodóvar encuadernadas.
Tengo todo el 2016 para seguir buscando, ojalá tenga más suerte a partir de esta tarde.