Rafael Maldonado – Escritor : El coleccionista de sombras, de Javier Vásconez

El coleccionista de sombras, de Javier Vásconez

Rafael García Maldonado | 01/10/2021

Buenas tardes a todos, gracias por acompañarnos en esta última tarde de setiembre en esta librería que es como una segunda casa en la que a los escritores de Málaga nos falta tener un juego de llaves para entrar cuando nos dé la gana. Así que gracias a José Antonio, que siempre está dispuesto a recibirnos y a hacer que nuestros libros se vean y se vendan un poco más.

Para empezar debo deciros a los presentes y a los que nos ven en el canal de Youtube que son muy afortunados, porque no siempre se tiene la oportunidad de que el mejor y más relevante escritor de un país (lejano y cercano a la vez, en este caso) nos visite con su nueva obra bajo el brazo, recién salida del horno de la editorial Pre-Textos, a la que tanto queremos muchos de los aquí presentes.

Me acompaña, o mejor dicho, yo acompaño a Javier Vásconez, que es, como digo “el escritor de Ecuador”, a secas, y que acaba de llegar a nuestro país para hacer una pequeña gira de presentaciones de esta novela que tengo aquí y que ustedes no se pueden ir sin comprar, El coleccionista de sombras. Irá a Madrid, a Barcelona y a Valencia, pero ha empezado por el sur porque debe de saber que hoy día Málaga es la capital cultural de España, y porque en definitiva cree en este país y este país cree en él, en su literatura. Porque sabe que más allá de los lazos históricos nos unen los lazos fértiles y robustos del idioma, un lenguaje que él, como verán en las primeras páginas de esta novela o en cualquiera de las anteriores, maneja con maestría. Una destreza sorprendente que, como también veremos ahora, no renuncia a lo popular, y va en busca de lectores por ambos continentes igual que va en busca de sus propios demonios y las buenas metáforas.

Pero empecemos por el autor, por Javier, por Vásconez. Aunque yo soy de los que opina que lo importante no es el escritor sino el libro, es necesario poner en situación al lector sobre este señor que tengo a mi lado, que es el médium que utiliza el más allá de las sombras y los enigmas para dictarle textos como éste, esta novela de bellísima portada, por cierto. Javier Vásconez nace en Quito en 1946, y estudió entre su país, España, Inglaterra y Francia, y después de desarrollar numerosos oficios, muchos de los cuales se relacionaban tangencialmente con la literatura, se dedicó con ahínco a armar un universo literario de personalísima factura y gran ambición. Entre lo mejor y más conocido de su obra, que por cortesía a los lectores no es excesiva en número, está el conocido y representado cuento Angelote, amor mío, la antología de cuentos El hombre de la mirada oblicua (89), su novela más traducida y conocida, El viajero de Praga (96) –y a la que esperemos que quite el récord este El coleccionista de sombras-, la novela corta El secreto, La sombra del apostador y Jardín Capelo, entre algunas otras.  En 2016 Pre-Textos publicó Hoteles del silencio y poco antes de esta novela Casi de noche, unos cuentos que yo he leído hace muy poco con gran entusiasmo, un entusiasmo que ha conducido a esta tarde otoñal.

Aunque bueno, estamos aquí para hablar de esta novela, El coleccionista de sombras, que, como las obras de los autores que de alguna forma nos han hecho amigos –Onetti, Benet, Faulkner- no tiene un argumento ni una trama claras, algo que no facilita que esto sea la presentación típica de un libro de Julia Navarro o Javier Cercas: no estamos hablando de esos libros. Nuestro querido Benet decía una boutade que en el fondo no era tanto, y que yo suscribo y sé que Vásconez también: escribir una novela con argumento es facilísimo, lo difícil es sin argumento, usando únicamente la pura capacidad narrativa y discursiva, el manejo del lenguaje y la belleza de la prosa para intentar aproximarse al conflicto del alma humana, por naturaleza irresoluble, que no es otra cosa que la angustia del hombre en el tiempo. A mí estas son los libros que me gusta leer y escribir, y es por eso por lo que esta novela me ha gustado tanto. Siendo esto así, a la manera de un Wittgenstein en su Tractatus, de lo que no se puede hablar es mejor callarse, y ponernos a leer, pero no se van a librar de mí tan rápidamente. Si alguien viene desde Quito por cariño a sus futuros lectores, algo hay que decir, aunque sea una aproximación.

 

Empecemos por Quito, la ciudad donde se desarrolla toda la obra de Javier Vásconez. Hay escritores como mi queridísimos y ya citados Onetti y Benet, y también Faulkner, claro, que desarrollan su mundo literario en territorios míticos, inventados por ellos pero con grandes semejanzas con los territorios donde ellos vivieron, donde pueden actuar como demiurgos a su puro antojo, y hay otros escritores, como mis queridos Lobo Antunes, Bernhard, Javier Marías y el propio Vásconez, que no necesitan cambiarle el nombre a Lisboa, a Salzburgo, a Madrid o a Quito, y llaman así a la ciudad real y a la ciudad fantasma, oculta, la que estáen el envés. A Vásconez le entusiasma su ciudad, y como dice en la novela su álter ego: “sintió un amor incomprensible (o quizá era odio) por su ciudad, pues se consideraba un exiliado dentro de ella”. “Llevaba dentro la ciudad, se confundía con ella”. Luego le preguntaremos sobre esto.

 

Adscrita claramente al así llamado ahora género de la autoficción, con un narrador desconocido y no omnisciente, este narrador nos cuenta episodios, estampas, no sabría decir si sueños, de la vida de un tal Vásconez, una mujer y amante, un conde llamado Aldo Velastegi, un aristócrata de vida atribulada que vive en una vieja y enorme mansión llena de libros y de antigüedades muy cerca del apartamento del Vásconez de la novela, un Vásconez que lee, escribe y bebe whisky para matar a los demonios y lograr dormir. Diferentes circunstancias que no puedo ni quiero nombrar llevan a Vásconez, a su interés malsano por lo que hay de enigmático en todo lo que nos rodea, a un periplo por su propia ciudad y su propia memoria en busca de un sentido a su vida y a su literatura, una perfección literaria (inalcanzable, quizá) que él se afana en buscar como buscaba, dejándose la vida en ello, el capitán Ahab a Moby Dick. Hay, como digo, una mujer misteriosa de nombre Denise, hay un casino que sirve de metáfora para denunciar la corrupción imperante y hay unos pocos secundarios magistrales también alrededor del conde y sus rarezas, pero lo que hay sobre todo es un fraseo hipnótico, que nos hace avanzar en busca de la resolución de un enigma que quizá no sea otro que el de nuestra propia existencia, dándole a la novela gótica un punto de grand style sobresaliente. Como muestra, un botón: “Entre tanto, brotaba de una consola de madera, ornamentada con pájaros y mariposas de nácar, la voz prodigiosa de un hombre cuya melodía parecía haber inventado por unos instantes la noche, como si pretendiera redimirse por la pérdida del amor o por la ausencia de quien nunca debió partir”.

La crítica ha reconocido a Vásconez –al escritor, no al protagonista de esta novela, no hay que confundir eso- como un gran creador de atmósferas, algo que corroboro con contumacia. Yo no he estado en Quito, pero al salir de las obras de Vásconez estoy convencido que no sólo conozco Quito, sus avenidas, mercados y callejones,sino también el envés de Quito, y que conozco al conde Valestegi y a su sirviente, y a los personajes siniestros de su casino, los viejos caserones de la antigua aristocracia y alta burguesía, los barrios humildes, el apartamento de Vásconez, etcétera. La gran literatura no aspira a copiar mundos, el realismo literario a mi juicio no tiene mucho sentido en esta época de series y best sellers,la gran literatura aspira a crear mundos, a que el lector viva en otra parte como hizo Brausen creando Santa María: la literatura existe porque el mundo no basta, y son estos libros y estos escritores (junto con los grandes poetas) los que crean de verdad, porque no cuentas simplemente historias, sino que fundan uncosmos. Los buenos libros son por cierto los que no tienen fácil clasificación. ¿Dónde situamos a Vásconez? En ninguna parte, sólo en el mundo de Vásconez.

Entre los personajes míticos de Vásconez está el extraordinario doctor Kronz, que aquí aparece de pasada y que a mí tanto me recuerda a otros doctores como el doctor Díaz Grey de Onetti o al doctor Daniel Sebastián de Benet, que tanto me ayudaron a mí a crear a mi doctor Rey y a mi doctor Suz, un doctor Kronz del que esperamos, impacientes, más apariciones en los libros que seguro que Javier ya tiene en la recámara.

Por seguir con Onetti, debo decir algo que aparece en una reseña a  Dejemos hablar al viento y con lo que no puedo estar más de acuerdo: “Sucede a veces que una novela nos relata una historia que no acabamos de entender bien. ¿No la entendemos porque no está bien contada? A veces no entendemos la historia que se nos cuenta paradójicamente por lo irreprochablemente bien escrita que está”. Nos acercamos a esto, porqueEl coleccionista de sombras tiene dos lecturas: una lineal, que es buena, y una un poco más escondida, que es aún mejor. Esta novela es también un homenaje, como pocas veces he visto, a los libros como tabla de salvación, como asidero contra el dolor y el abismo. Son conmovedoras las páginas de niño Vásconez en los internados ingleses, tan sórdidos, tan lejanos y tan extraños; también lo son las de su paso por Barcelona: no es difícil imaginarse lo que supuso para aquel niño prematuramente herido el descubrimiento de la literatura que nos hizo a todos lectores: Salgari, Verne, Dumas, Stevenson. Al Vásconez personaje, y me temo que también al que aquí asiente a mi lado, no le gusta el mundo tal y como es, sabe que la vida se queda corta, y que no hay manera mejor para escapar de la maldad, de la fealdad y de la miseria de todo tipo que la buena literatura, cuyo homenaje trufa toda la novela, llenándola de citas, títulos y agradecimientos, y es más, llega a confundir vida y literatura, enloquece como un Quijote andino que a veces no distingue de lo que es real o ficticio, lo que ha leído y lo que ha vivido.

Vásconez, y ya voy llegando al final, es como todo buen escritor alguien que sabe mirar, alguien atento a los detalles, y alguien que es capaz de amueblar el mundo con la literatura que tiene dentro, haciéndolo mejor y más soportable. Otra frase del libro: “ Porque sin la irradiación de los libros él hubiese estado más sólo que nunca, y además estos le garantizaban un estado de lucidez y de normalidad, incluso lo ayudaban a controlar la demencia de su imaginación desbocada hacia las zonas más oscuras de su vida”.

Los que estáis aquí y los que nos veis y nos veréis por el canal de Youtube de la librería Luces, pues sois lectores, tenemos la suerte de que si tomamos un barco, aunque sea aquí en la bahía de Málaga para dar un paseo, lo que hacemos es irnos con el Marlow de Conrad a Singapur. Si nos enamoramos de una muchacha de otro barrio, nos enamoramos de la Daysy de El Gran Gastby. Si se toma uno una copa en una taberna inmunda rápidamente se le sienta al lado Juan María Brausen y se traslada uno a la Santa María de Onetti. Toda anciana en la mecedora de su ventana no es otra para nosotros que la señora Coldfield de ¡Absalón, Absalón! de Faulkner, sorprendida porque los glicinias hayan florecido dos veces, etcétera, etcétera. Les aseguro que cuando acaben de leer esta novela sin argumento, con la única trama de un escritor que usa la literatura y la memoria para avivar las llamas del mundo de fuera y el mundo de dentro, estará convencido de que conoce Quito, a Vásconez y la mejor prosa del, así llamado, país andino.

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