Días de diario
Desde hace unos seis o siete años –desde que publiqué mi primera novela– escribo cada día un diario personal. Un proyecto que nació más para superar el síndrome de abstinencia de la escritura que por necesidad íntima o de catarsis. Y digo abstinencia porque no me era fácil en esos años escribir todos los días, más o menos como ahora, y ese párrafo del cuaderno escrito a pluma era lo que en farmacología se llama dosis mínima terapéutica: sin eso creía que estaba dejando de ser lo que nunca he llegado en el fondo a considerarme, un escritor.
Cuando los cuadernos escritos a mano alcanzaron la cifra de veinte, hice la prueba de pasar el primero de ellos a ordenador. Algunas estradas elegidas arbitrariamente las fui publicando en la página web. No me gustó el año que va de julio de 2013 a agosto de 2014, y lo deseché. En septiembre de 2014, tras un viaje a Menorca, empieza lo que he titulado Diario de cabotaje, por aquello de la cercanía a la costa (a la vida común y corriente), mi afición (de tierra) por el mar y la aventura marinera y por algunas cosas más que el lector irá descubriendo. Les hablará allí un tipo que se sacó el título de patrón de yate a vela para entender mejor las novelas de Conrad, Mutis y Melville.
Son los míos los diarios de un profesional de la farmacia, un sanitario de pueblo, al que por encima de todas las cosas le interesa la literatura. El dietario de alguien que lucha cada día para hallar entre la barahúnda del trabajo y la familia –cómo mínimo– un par de horas para leer y una para escribir. Como soy novelista, empecé a escribirlos en tercera persona, no tanto para que se leyeran como una novela, sino para despegarme de algo que en el fondo es lo central de un diario, el Yo. No me sonaba bien tanto egotismo, y creo que hice bien expulsando del ordenador esa forma narrativa, no así de las cuartillas y los cuadernos. Una cosa es escribir y otra publicar, aunque no estoy seguro de que pensase en publicarlos el día que comencé su redacción.
Me ha ocurrido con casi todo lo que he escrito, que no ha sido poco: extrañeza al leer, sorpresa. Como si no reconociese esa voz que ha escrito por mí. Con los diarios me está pasando lo mismo, claro, con el añadido de la libertad que proporciona a un escritor podría decirse que afecto al romanticismo (o posmoderno, alejado del realismo y el costumbrismo en cualquier caso) no estar sujeto a una trama ni a un argumento. Porque la vida no los tiene. Mis diarios reflejan, más que el exacto día a día que la realidad aparenta devolvernos con la mirada, los diferentes estados del alma que en quien escribe proporciona ese mundo tan asombroso, bello y despiadado. Nada nuevo. Toda la literatura, incluida la filosofía (que es un género literario más) nace del asombro que supone estar vivo en un mundo incomprensible y saber que un día no lo estaremos. Ahí está todo. Lo digo a menudo cuando hablo de alta literatura y de la necesidad de elevar el estilo y la ambición: toda la buena literatura de la historia habla de lo mismo, de la angustia del hombre en el tiempo.
No sé si esto que publicaré dentro de no mucho, el primero de varios tomos, será buena literatura, pero el tema principal, su plot, es el mismo. Por la sencilla razón de que no hay otro.