Derrumbe
Estaba en Granada y era un día caluroso. Me había dejado dos asignaturas cuatrimestrales para septiembre –Análisis Químico y Técnicas Instrumentales– y las estudiaba los días previos al examen septembrino en el piso que habíamos alquilado mi hermano y yo para ese curso que comenzaba en unas semanas. Era un piso pequeño, del que no tengo demasiados malos recuerdos salvo el de que carecía de luz, únicamente nos valíamos de la que proporcionaba un infausto patinillo. No recuerdo por qué estaban allí conmigo estudiando mis amigos Javi y Juanfran, pero sí que este último nos propuso almorzar en un sitio que conocía desde hacía poco, muy cerca de la facultad de Ciencias. Recuerdo la comida, los deliciosos bocadillos con una salsa de roquefort y las patatas, y recuerdo también la inconsciencia y la alegría que sentía por el curso que comenzaba, que probablemente fue el mejor de cuantos viví en la universidad, con buenos amigos dentro y fuera de Farmacia y mi hermano Antonio de compañero de piso. Cuando llegamos a casa empapados por el calor y la barriga llena de cerveza y tapas, Javi puso la televisión –si a aquel cacharro enano que funcionaba con golpes se le podía llamar así– y vimos la torre gemela con el boquete que al penetrarla le había hecho un Boeing 747 cargado de odio y pasajeros. El resto lo conoce ya todo el mundo, y fue aquella una jornada en la que los tres no nos despegamos del incomodísimo sofá hasta bien entrada la noche, una jornada que tengo la impresión de que aún no ha terminado.
Hace quince años ya de ese día en la calle Carril del Picón de Granada, y presiente uno que dentro de otros quince seguirán las imágenes –las del avión y la de esos buenos amigos estupefactos que se fueron yendo de mi vida– igual de nítidas, envueltas en un aura de ilusión que daba pie a una época formidable, y que a mí, sin embargo, se me hizo demasiado corta. El verano siguiente se caerían otras torres más personales, más cercanas, convirtiéndome súbitamente en un adulto prematuro. Pero esa es otra historia; hoy me he acordado de Javi y de Juanfran, y de aquel piso tan cutre, y del imperio herido de muerte, y del inolvidable curso 2001-2002 al que dio paso el atentado.