Morituri. Una eutanasia pynchoniana
La Versalita, 25.10.25
Hoy traigo una recomendación con uno de esos cuatro temas fundamentales de los que, al decir de Igmar Bergman, debe tratar toda obra de arte digna de llamarse así. Quizá no sea lo más sugestivo para un domingo por la mañana, pero voy a recomendar una novela sobre la muerte. O mejor dicho, sobre una meditación sobre la, así llamada, muerte digna, o muerte voluntaria, o suicidio asistido. Es decir, una novela sobre el eterno debate de si podemos y/o debemos decidir el momento en el que marcharnos de la vida, pues, como dice en algún momento un personaje de Morituri, que así se llama la novela y que publica Sr.Scott, nadie nos preguntó si queríamos llegar a ella.
La firma el escritor Sanz Irles, nacido en Valencia pero con una biografía distinta para cada uno de sus muchos destinos y etapas vitales. Siendo, si no me equivoco, la cuarta novela del autor, le adivino aquí también a ésta un halo autobiográfico, bien disimulado, eso sí. Ya no es un muchacho y se nota, o yo al menos como lector suyo lo noto, que buena parte del corpus de ideas sobre la eutanasia que se deja ver aquí, y que el narrador atribuye al verdadero protagonista, son las suyas. La novela es, paradójicamente, muy divertida, muy humorística, muy satírica y a ratos surrealista, como si Sanz Irles no quisiera darnos ese tema crudo y desagradable tan a pelo. Ya decía Bernhard, en la recién reeditada Maestros antiguos, que si se piensa en la muerte todo es ridículo. Pero hay que hacerlo, claro, y mejor que sea a través de la buena literatura.
También el narrador se parece a las novelas de Bernhard, esto es, hay un tipo que cuenta la historia de otro tipo: aquí quien cuenta la historia es el asistente personal de un señor cercano a la setentena llamado Víctor Camarena en su relato. El narrador nos cuenta una vida múltiple como la del autor y las meditaciones generales sobre ésta, de un hombre que ha sido desde revolucionario maoísta hasta actor, y que ahora es un protoanciano que recuerda lances y amores pretéritos y medita sobre su final. La vida de éste cambia cuando conoce a la organización semiclandestina Zeta, que ayuda a los ancianos y enfermos a morir. Una organización que a su vez se escinde entre radicales y moderados, los que quieren ayudar y los que quieren que a vida se acabe sí o sí a una determinada edad. El narrador, el asistente de Camarena, es admitido en esa organización para que haga de testigo, y su crónica es el relato, a ratos descacharrante, que llega hasta nosotros.
Para mi sorpresa, el cambio de registro estilístico de Irles me ha recordado mucho a novelas con conspiranoicas de Thomas Pynchon, con su mezcla de ciencia, paranoia e historia posmoderna, si bien ésta es más sencilla de seguir en su endiablado ritmo y en las peripecias de la Organización Zeta. Para muestra de la cosa, un botón de párrafo:
El universo es el cadáver de Dios, su tránsito hacia el No-Ser. Cuando el universo muera por fin (no hay prisa, pensé), Dios habrá logrado su propósito. Al crear el universo, Dios se suicidó. Al suicidarme, yo abrazo mi condición de organismo entrópico y acelero la muerte del universo, única forma definitiva de acabar con el sufrimiento humano, que cuando aparenta no estar es porque lo malcubrimos con ese torpe remedo llamado amor a la vida. Menuda engañifa.
Si Dios se suicidó, ¿por qué no nosotros? ¿Sabéis qué os digo? Pues que Jesucristo también fue un suicida. Asistido, por cierto. Se sometió voluntariamente a su calvario a sabiendas de que acabaría en la muerte.
A pesar de todo, feliz domingo. Y feliz lectura.