El jinete polaco
La Versalita, 30.11.25, Sevilla
Hoy me gustaría hablaros de una novela y de un prejuicio estúpido: el mío, en este caso. Resulta que desde tiempo inmemorial he sido lector y admirador de Antonio Muñoz Molina, quien, desaparecido Marías, tiene poca competencia en el escalafón de los grandes escritores españoles vivos, pero no había leído hasta ahora la que dizque es su mejor novela, El jinete polaco. Para el oyente ilustrado, es decir, los nuestros, esto ha de ser una idiotez comparable a que un admirador de Faulkner diga no haber leído Luz de agosto o ¡Absalón, Absalón!, algo así. ¿Por qué no la leí antes, os preguntaréis? Por algo de lo que hemos hablado en demasía en pasados programas: el premio Planeta que, entre comillas, ganó en 1991. Como la novela partía de una corrupción, de la que entonces Lara se ufanaba ‘si pago yo, elijo yo’, mi única posible rebeldía era no leerla por la mancha, de la misma forma que también leí tarde y mal, por mi trabajo sobre Benet, su finalista del Planeta del año 80, la notable El aire de un crimen. La cuestión es que hace 30 o 40 años el premio Planeta era igual de sinvergüenza, es decir no era un premio, pero sus propietarios sabían de alguna forma que, aunque destinadas al gran público, tenían que elegir obras más literarias que comerciales, con algún prurito de pretendida ilustración del público. Luego, ya se sabe, la cosa ha ido degenerando quizá a la par que la vulgaridad de la sociedad, que necesita cada vez dosis más duras de porquería para saciar sus bajos instintos.
Hete aquí que la novela, y a eso me aferré, había ganado también el Nacional de Literatura, algo insólita esta dupla, y con razón. Me quedan unas 150 páginas de casi 600 y ya puedo afirmar que es una novela monumental, extraordinaria, una obra maestra, y que la he leído por lo que voy leyéndolo casi todo, por eso que dice Lobo Antunes de los buenos libros: que se iluminan por la noche en las bibliotecas y de alguna forma nos llaman. La novela es redonda, y es, ya que he nombrado a Faulkner, la mejor novela que he leído sobre el sur agrario español. Desarrollada en Úbeda, a la que él llama Mágina, es un retrato estremecedor de la condición humana y de las gentes del mundo rural, protagonizada por un álter ego del autor que narra, desde un presente compatible con el final de los años 80, lo que aconteció en esa Mágina desde finales del XIX hasta ese presente, cómo aquel ambiente de hortelanos humildes lo conformó, y de qué manera su observación minuciosa del mundo lo abocaba a un inevitable oficio de escritor. La guerra civil y el fracaso de la República personificado en el formidable comandante Galaz, el viejo médico don Mercurio, el inspector de policía franquista sonetista basado en el padre de Joaquín Sabina, el despertar del amor y el sexo, la llegada de la democracia, los cambios sociales, el lógico resentimiento de clase, el retrato estremecedor de la dureza vital de los campesinos como su abuelo y su padre.
Clara novela de lo que por entonces apenas se hablaba, la luego saturante autoficción, la novela parte de este sosias de Muñoz Molina que recuerda un relato complejo, en el que se mezclan tiempos, épocas, personajes e historias de Mágina al son de una prosa de largo aliento en períodos inacabables de oraciones hipnóticas y líricas. De la misma forma que me congratulo y maravillo leyéndola, me deprimo pensando en la decadencia de la ambición literaria actual, en la desvergüenza de los premios y en los sueños de mejoras educativas, culturales y de progreso que yo, como el joven Muñoz Molina que armó esta maravilla, también tuve y apenas tengo.
