Rafael Maldonado – Escritor : “Cuaderno de incertidumbre”, por Juan Gaitán

“Cuaderno de incertidumbre”, por Juan Gaitán

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Leer, lo he dicho muchas veces, es una de las mejores cosas que puede hacer uno en esta vida. Si yo tuviera que elegir hacer solo una cosa el resto de mi vida, tener una única dedicación, seguramente elegiría leer. Leer ofrece, siempre, muchas más satisfacciones que escribir.

Pero hay muchos modos de lectura. Yo, más veces de las que me gustaría, me veo obligado a usar un modo de lectura que podríamos llamar “científico”, y que consiste en leer analizando aquello que lees, igual que un entomólogo miraría un insecto con su lupa o con su microscopio, desmenuzando cada parte, cada mínimo fragmento, examinando y tomando notas. Pues en mi caso igual. Eso es un modo de lectura profesional, en la que entra en juego todo eso que has aprendido después de toda una vida dedicado al oficio de las letras.

Cuando me piden que presente un libro, generalmente me encuentro en la tesitura de hacer una lectura analítica, una en la que logre desentrañar los motivos del autor, sus influencias más o menos perceptibles, más o menos confesadas, los mensajes que ha enviado, consciente o inconscientemente, su conocimiento del oficio… Es una lectura que deviene en comentario de texto filológico y que no siempre genera ese indescriptible placer que da leer por gusto, esa lectura por puro placer en la que uno deja a un lado el cuaderno de notas y disfruta del momento.

Pues bien, con este libro que presentamos hoy, con este Cuaderno de incertidumbre de Rafael García Maldonado, empecé analítico y acabé placentero, y créanme que es lo mejor que puedo decir de un libro. Por encima de sus cualidades narrativas, de la solidez y la audacia del lenguaje, de la arquitectura del relato y de la narratología de Todorov y Greimas, por encima de todo eso, si encuentras un libro que te haga disfrutar, ¡amigo!, has encontrado un tesoro.

Porque en estos tiempos en los que se publica tanta basura encuadernada, alivia encontrar libros así, con historias solventes y bien contadas, y entonces se arrellana uno en el sillón y se adentra en sus páginas y en sus incertidumbres para intimar con ellas.

Y cuando termina el libro, y lo cierra, cae uno en la cuenta de que tiene apenas tres o cuatro notas tomadas, y a ver cómo demonios se las va a apañar ahora para hacer el comentario, para la sagaz apreciación, para desvelar el secreto que todo libro, todo buen libro, guarda.

Y entonces lo intentas, no te queda más remedio, te has comprometido a presentar el libro y no puedes quedar mal. Y vas y haces un repaso de las emociones que ha sentido leyendo, y te das cuenta de que el libro, este libro en concreto, te ha engatusado porque es literatura manchada de literatura, que hay en él mucho de otros escritores, de otros autores que te impresionaron cuando empezaste a dejarte los días y las noches y las pestañas en leer, y leer, y leer. Y reconoces en el autor a un letraherido como tú, un hermano de tinta, y te das cuenta que los relatos de ese libro que acabas de terminar son como fotografías que componen un álbum familiar.

¿Quién que no haya leído a Faulkner, a Onetti, a Benet, no ha soñado con construir su propio territorio mítico, su propio Yoknapatawpha, su propia Santa María, su propia Región? ¿Quién no ha querido escribir una línea, al menos una sola línea, como las que ellos escribieron? Y de ese impulso, claro, acaba saliendo Majer, y un libro como “Cuaderno de incertidumbre”, y un escritor como Rafael García Maldonado.

Porque escribir cuentos es inventar pequeños y múltiples mundos, un ejercicio de malabarismo y vocación.

El cuento literario es muchas cosas, tantas como autores hay. Es un género sin definición que cada cual define a su modo. A veces es una mirada intencionada sobre la realidad; otras, apenas un destello de vida, un golpe de ficción, algo así como un tránsito o tal vez un camino de conocimiento; una forma de psicoanálisis.

Todo eso es el relato, y todo eso son, así lo creo, los relatos que conforman Cuaderno de incertidumbre.

En el relato, quiero decir en el relato bien escrito, siempre encontramos algo que nos fascina. A veces es un ritmo, una cadencia primaria con la que conectamos de inmediato. En el ritmo también importa el silencio, y en el relato el silencio expresa a veces mucho más que las palabras. Lo que se calla vale tanto o más que lo que se dice. Y así llegaríamos a Monterroso y aquello del dinosaurio.

Fernando Quiñones, que fue un magnífico escritor de cuentos, detestaba el término cuentista. Cuentista es sinónimo de embaucador, semejanza que irritaba a Quiñones, pero acaso también en esto se trate de embaucar al lector, de envolverlo en una trama breve que puede ser o no densa, y conducirlo al final. Era nada menos que Poe quien planteaba que todos los elementos de un relato deben tender a un efecto único, y acaso ese efecto único debe ser la coincidencia total con el estado de ánimo del autor cuando descubrió un roto en la realidad o, dicho de otra forma, cuando vio al rey desnudo.

Cortázar afirmaba que el cuento se aproxima a la fotografía que capta un instante, un pequeño mundo aislado, pero mundo en sí mismo. Así, un relato debe hacer visible un trozo de vida, mostrar la realidad. Pero no olvidemos que la realidad es tanto la superficie de las cosas como lo que late bajo ellas.

Los relatos que componen este Cuaderno de incertidumbre tienen ritmo, embaucan, hacen visible un trozo de vida mostrando la realidad, son verosímiles, deslumbrantes y crean mundos. Por lo tanto, de acuerdo con cuanto hemos venido diciendo desde el principio, Cuaderno de incertidumbre es un magnífico libro donde encontraremos literatura sin artificios y con ese algo de imposible, de prodigio, que tienen los libros que se leen sin tomar apuntes, que son los libros que no se olvidan.
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