Las equis de los diarios
Hay épocas en que la elevación de alma es juzgada como una verdadera enfermedad; nadie la comprende.
CHATEAUBRIAND
No somos demasiados los que en España escribimos diarios. No sé el número exacto de los que lo hacen, pero sí una aproximación de aquellos que, como acabo de hacer yo a finales de marzo con el primer tomo de Diario de cabotaje, los publican. También sé que los más jóvenes, los -sobre todo- de menos de cuarenta años, lo hacemos bajo la influencia de Andrés Trapiello, máxime los que los publicamos con apariencia novelesca. Pueden gustarte más o menos los diarios del autor de Los confines o El Rastro –a mí, personalmente, me gustan mucho-, pero la influencia de su magisterio en la materia es un hecho, como lo era la de su admirado Galdós –que a mí, personalmente, no me gusta- en los novelistas que hubo en España junto a él y tras él.
Dicho esto, una de esas influencias de Trapiello son el uso y el sentido de las equis, las X. en los diarios. Si bien no es él el primero que las usa, suya es la explicación más convincente de su necesaria introducción en los textos: las X, dirá el leonés afincado en Madrid, no son personas, sino estados de ánimo, situaciones, comportamientos, conductas morales. Es decir, algo que dentro de un tiempo siga teniendo interés sin la necesidad de conocer la identidad del ser humano que las proporcionó. Trapiello, que además de escribir más de veinte tomos de un diario sensacional –Salón de pasos perdidos (Pre-Textos)- ha teorizado sobre la diarística –El escritor de diarios (Península)-, se dio cuenta de ello al leer diarios como el de Stendhal. Toda esa catarata de nombres propios y títulos aristocráticos, ¿qué le dicen a un lector de dos siglos más tarde? Poca cosa. Mejor las iniciales y las X. O nada.
El problema, y de ahí estas apresuradas páginas, es cuando las X. llevan a equívocos, cuando, por prudencia o ambición de que nuestras páginas sean duraderas, la gente se ve reflejada en unas X. que no corresponden a ellos. Por supuesto, y esto también lo ha dicho ya Trapiello, este tipo de personas suspicaces suelen verse siempre en las equis que llevan aparejado algo no tan agradable como ellos quisieran.
Diario de cabotaje acaba de empezar la travesía con el tomo “Una inmensa soledad”, equivalente a los años 2014-2015. Las primeras reseñas son estupendas y la amabilidad de los lectores –más de los que yo esperaba- me hace continuar ilusionado un proyecto que, supongo, durará lo que dure mi vida de escritor. Pero también he perdido ya a alguien importante, que ha creído ser una X. absurda en vez de lo que fue siempre, un amigo admirado y querido, el más valiente; el que -como hacía aquel Fraggle viajero- nos contaba a los provincianos cómo era en realidad el mundo. Juan Benet, del que tanto hablo y tanto he escrito, por ejemplo, dejó de hablarle a su íntimo amigo Martín-Santos al verse reflejado en el personaje de Matías de Tiempo de silencio. Nada nuevo, a veces reaccionamos de forma exagerada a una inanidad, cómo no hacerlo a un equívoco con X de por medio.
La vida también es esto, y sin vida no hay diarios y no hay literatura. El verdadero escritor, digo en el libro, es aquel que incluso cuando está sufriendo, es capaz de aprovechar eso para su literatura. Y son días de esos.