El día que el triunfo alcancemos
Ayer tuve el honor de presentar en Fuengirola el excelente ensayo del sociólogo y diputado nacional José Andrés Torres Mora.
Dejo aquí el texto que leí, por si fuese del interés de algún lector.
Queridos amigos y amigas, buenas tardes. Es éste hoy, al menos para mí, un día feliz. Feliz porque para mí, y sé que para muchos de los que hoy nos acompañan, la felicidad está directamente relacionada con los libros. El nacimiento de un libro, sea una novela, una biografía o, como es el caso, un ensayo literario; género éste que –aunque fusionado con la novela y la biografía– es en el que ahora ando trabajando, es siempre un acontecimiento digno de celebrarse. Y a eso hemos venido, a celebrar el nacimiento de una nueva vida libresca, que en este caso tiene el sugerente título –que quizás suene más a los más mayores– de El día que el triunfo alcancemos.
Poco o muy poco puede añadir este novelista a la reseña personal que Javier, impecablemente, ha glosado acerca de quien ha escrito el libro que hoy nos ocupa, pero sí, antes de entrar en materia, quisiera añadir algo. Cuando prácticamente recién llegado el presidente Zapatero a la Moncloa –y con el ajetreo que eso supuso para muchos socialistas que andaban cerca de él–, dos hermanos muy politizados y con ínfulas literarias quisimos conocer de primera mano cómo era aquel Madrid político, aquellos entresijos de la democracia parlamentaria y de partido, un diputado para mí desconocido nos recibió en la carrera de San Jerónimo con la mejor de las sonrisas posible y nos regaló un día inolvidable en Madrid. No tengo que añadir quienes eran esos hermanos y quién el diputado, que, para colmo –algo que demuestra la calidad humana de quién ahora en ya no sólo un político abnegado sino un excelente ensayista– pagó la cuenta del restaurante donde nos enseñó lo mucho que ya sabía, no sólo de política, sino de humanidad y afectos personales. No he olvidado aquel día –hay fotos mías sentado en la silla del presidente– pero sí he de reconocer que me fui olvidando de la pasión socialista de mi primera veintena y la fui cambiando por un sentimiento socialdemócrata escéptico y alejado del partido. José Andrés –y Javier– saben que me alejé, me dediqué a mis cosas y aquí sigo, y por lo tanto haberme brindado la posibilidad de presentar este magnífico libro dice mucho de quienes me han encargado el asunto. Ellos son socialistas convencidos, políticos trabajadores y consecuentes, pero no son aparatchiks ni quieren palmeros ni comparsas alrededor. Yo estoy aquí porque soy escritor, y porque es este ensayo un libro extraordinario, y cuya lectura creo oportuna, necesaria e imprescindible en estos tiempos.
Es éste un libro que nace de la indignación y desde las convicciones socialdemócratas más profundas. Y hablo de indignación porque José Andrés, con un estilo impecable a medio camino entre el aforismo y la clase de sociología, nos narra el relato del socialismo a través de lo que ha sido su propia vida, la vida del hijo de obreros manuales de un pueblo de Málaga que ha llegado al éxito profesional y a la cúspide social, a lo que vulgarmente se conoce como poder. Él, en cierta forma, ejemplifica con su biografía el éxito de un proyecto en el que cree: el proyecto socialdemócrata, el proyecto socialista. Y es lógico que se indigne y escriba, porque él no se ve ni se percibe como clase, ni como casta, sino como un servidor público que cree que lo que hace es no sólo necesario, sino imprescindible; y no para él, sino para tanta gente que él –como muchos de vosotros– sabe que necesita de la socialdemocracia para vivir con dignidad y con un futuro ilusionante en la cabeza.
El libro, impecablemente editado por la madrileña editorial Turpial, está divido en nueve capítulos largos, y en todos ellos late un claro resumen: una llamada al sentido común, a la razón y a la dignidad del servicio público. Nunca es más vulnerable una democracia representativa que cuando hay una crisis, dice José Andrés al principio de su ensayo. Los duros años de crisis nos han agriado el carácter, nos hemos creído la demagogia de algunos y los titulares sensacionalistas de periódico y telediario, hemos exagerado –todos, y yo el primero– problemas que, analizados en profundidad, no son los que más daño hacen a la sociedad. José Andrés nos llama la atención, no exige reflexionar, echar el freno; nos obliga a la mesura, al análisis, al estudio minucioso del dato y la realidad. Como ya hiciese su buen amigo José Luis Rodríguez Zapatero al subirse a la tribuna desde donde disputaría –y ganaría– la secretaría general del Psoe, José Andrés nos dice que no estamos tan mal, que se ha avanzado muchísimo, que España, la grandeza social que tiene, el estado de bienestar que tiene, es porque el Psoe lo creó. José Andrés se siente orgulloso de su biografía, de dónde ha llegado, pero sobre todo se siente orgulloso de donde han llegado muchos que no son él, y que también lo han hecho gracias a gente con convicciones que un día creyó en un futuro mejor que el que le tocó vivir.
José Andrés no tolera que se diga que España es un país corrupto, y lo argumenta, y nos convence de que aunque un solo corrupto sea ya demasiado, la inmensa mayoría de las personas que se dedican a la política son honestas y no cobran nada por ello. ¿Cuánta gente sabe esto? Muy pocas, sólo que el relato del robo masivo y generalizado se propaga más rápidamente que el relato de que en España el porcentaje de corrupción no difiere en nada del resto de Europa. ¿Quién, antes de linchar a cualquiera, se ha puesto a mirar estadísticas? José Andrés nos reclama un esfuerzo por conocer la realidad de las cosas, y yo se lo agradezco sobremanera. Porque vivimos en un país en el que, como bien nos recuerda el autor, los rumores funcionan mejor que cualquier otra cosa, porque, faltaría más, hay demasiada gente interesada en que ello suceda.
José Andrés, que no niega el daño que han hecho la crisis y la corrupción y entona su particular mea culpa, comienza el libro con un duro ataque, valga la expresión, hacia aquellas personas que con fines espurios se han encargado de envilecer la política y de paso el relato y los logros socialistas. Él, como ya se ha dicho, no sólo no es casta ni clase, sino que nos previene –y nos explica, y nos alerta– de cuáles son los verdaderos riesgos de que esta izquierda de salón –e impostora, y el adjetivo es mío– que confía en que, tarde o temprano, se produzca la deseada comunión entre el pueblo y un líder, que es al mismo tiempo el guía del pueblo y se verdadera voz. Y viene a decirnos –y a decirles– que los representantes elegidos por los ciudadanos son plenamente conscientes de los problemas de los ciudadanos que los eligen. ¿O es que no tienen padres enfermos los diputados y concejales? ¿No se quedan embarazadas las alcaldesas y directoras generales? ¿No toman cañas en los bares ni saben cuánto cuesta ir al Mercadona los subsecretarios? ¿No saben cuánto vale el teatro o el cine los senadores?
Elevación, elevación, José Andrés nos pide elevarnos sobre nuestro dolor y sobre nuestra rabia y sacar a pasear lo mejor que tiene el ser humano: la razón y la palabra.
Elevación y conocimiento, claro. La metafísica de Aristóteles –y perdónenme la cita culta– comienza diciendo que Todos los hombres desean saber. ¿Por qué ahora no? ¿Por qué no queremos atrevernos a saber? Hoy día, dice José Andrés, nuestra democracia padece un déficit cognitivo enorme: se acepta cualquier explicación siempre que involucre a alguno de los sospechosos habituales: sea la mal llamada clase política, el estado de las Autonomías, los independentistas, la casta o el déficit fiscal. Y es que las explicaciones racionales, que es la que nos pide José Andrés, siempre son más difíciles. Tras el terremoto de Lisboa en 1755 se pensó que Dios estaba detrás, castigando a los lisboetas por el comercio con los herejes ingleses.
Lo mejor del libro de José Andrés, sin embargo, es que viene a decirnos la verdad a la cara: las cosas, la vida en sociedad, lo público, el estado, todo es muy complejo. No existen varitas mágicas ni soluciones milagrosas, ni tienen los políticos una solución para cada cosa que está mal o no funcione bien. Su honestidad y su, sin embargo, entusiasmo en el futuro y en aquello que se ha venido denominando como el arte de lo posible, o sea la política, le ponen a uno la piel de gallina. Sirviéndose de acertadísimos hechos históricos y bellas metáforas (Revolución francesa, Atenas de Pericles) desliza su magisterio profesoral y nos lee un relato imprescindible, que nos hace a veces avergonzarnos de nuestro pasado reciente faltón y malhumorado. ¿Cómo no había pensado esto antes?, decía cada vez que terminaba un capítulo. ¿Por qué me ha cegado la cólera y la demagogia?
Buena parte de sus reflexiones la dedica al papel de los medios de comunicación, que tampoco –como casi nadie, por cierto– han vivido en la pureza y en la honestidad total. El periodismo no funciona como debería, ni en las cúspides, presididas por grandes grupos económicos a menudo con intereses no del todo coincidentes con los de la mayoría social; ni en cuanto a dignidad y salarios profesionales, ni –esto es cosecha mía– por parte de una sociedad que ha dejado de pagar para informarse debidamente. ¿Quién compra hoy el periódico en el kiosco? ¿Quién paga? Aun así, su negocio es que el público mire lo que venden, y a menudo se mira más lo más fácil de comprender, que no siempre es la verdad de la cosas. La información en mal estado, nos recuerda José Andrés, puede alterar la vida democrática. ¿Hablamos de la Sexta y el populismo? No creo que sea necesario.
Llama la atención en este ensayo la elegancia y caballerosidad con la que el autor trata a sus rivales políticos conservadores: no somos ni seremos nunca lo mismo, pero hay reconocimientos, hay capacidad de concordia y diálogo en temas de vital importancia, hay un sentido de Estado que a veces no ha sido correspondido. Se centra el autor, por el contrario, en desenmascarar a quien niega las complejas realidades para cuyo gobierno se pide actualmente el voto, contra esos que andan empachados de ideología y que sin embargo están ayunos de información y verdad. Contra esos que hace décadas insultaban a la gente llamándoles socialdemócratas y ahora quieren apropiarse de su legado y sus votos. Gobernar, nos advierte, acerca mucho más a la izquierda a la realidad de los excluidos que llorar por ellos desde a oposición y el esteticismo inmaculado. Hay quienes tienen en el fondo demasiado miedo a perder la pureza revolucionaria como para gobernar y hacerse cargo de los problemas corrientes de la gente corriente. Hay una izquierda ilustrada –o mejor dicho, morada– que imagina a los excluidos más que conocerlos. La izquierda del todo y la nada. La izquierda que duda cuando hay que apoyar a gobiernos que quieren cambiar las cosas en lo social. La izquierda del odio y la pinza. Se puede mejorar la vida de la gente sin las llaves del paraíso y sin fuerzas para asaltarlo.
La socialdemocracia, por supuesto, tiene un serio problema. El principal, tal vez, nos dice José Andrés, es la búsqueda de sentido, de sentido político y cuasi metafísico. La comunidad obrera se ha dispersado y compete a los actuales socialistas reinventar un nuevo escenario donde seguir infundiendo y creando progreso y bienestar, donde volver a crear lazos de comunidad, acorde no tanto al ideal de igualdad –por el que tanto se ha luchado con gran éxito– sino por el ideal republicano de libertad en un mundo extraordinariamente complejo.
Quiero terminar estas palabras dándoos las gracias por escucharme, y agradeciendo a José Andrés el privilegio de poder hablar de su libro. Un libro que –espero se haya notado– no sólo me ha interesado mucho, sino que –y no es algo fácil– me ha emocionado sobremanera. No sólo por su elocuencia y estilo, sino por la gran carga de humanidad y gratitud que lleva dentro. De gratitud a sus padres trabajadores, a su bello pueblo de sierra, a la sociedad que le ha permitido desarrollar su talento y al partido que le ha dado la oportunidad de luchar por la gente.
Compren todos el libro, llévenselo firmado y comiencen el domingo, gane quien gane, a soñar con el futuro que ha imaginado José Andrés.
Muchas gracias y buenas noches.