Apuntes de un sábado
Hace cuatro años, cuando fui por primera vez a una gran feria del Libro, en Madrid, me prometí que sería la última. Hasta que no sea medianamente conocido no volveré, me dije mientras atravesaba solitario una de las grandes avenidas atestadas de posibles compradores de libros del Retiro. No me había ido nada mal, incluso me llamó al terminar el dueño de la editorial que publicó la novela para felicitarme por los diez ejemplares vendidos y firmados aquella calurosa mañana.
Hace sólo cuatro años yo no sabía lo que era ni lo que significaba ser escritor. Publiqué una primera novela muy ambiciosa en una buena editorial, pero no sabía nada de cómo funcionaba el mundo de las letras, ni qué suponía mi presencia en una feria, ni cuántos ejemplares era normal vender, ni cuántos escritores más que consagrados estaban en la misma situación que yo en ese día de junio: dentro de una caseta, tímido y avergonzado, esperando que alguien se acercase a interesarse por la pila de ejemplares de la obra que el librero había puesto delante de ti a modo de reclamo. No supe qué decirles a los que se interesaron, y creo que alguno lo compró por pena o creyendo que yo era el librero, no el autor. Me fui de Madrid no demasiado contento, posiblemente porque creía que yo ya era un escritor y que lo normal era ser como Javier Marías y Pérez-Reverte, cuyas colas daban la vuelta al parque.
Dos años después lo supe todo, que los escritores –en un 95%– no vivían de la literatura, que prácticamente nadie superaba los mil ejemplares vendidos de sus obras, y que mi novela estaba mejor escrita (según algunos críticos y bastantes lectores) de lo que yo, en mi bisoñez, pensaba. Además se vendió razonablemente bien. Y fue entonces cuando supe con algo de certeza cuál era mi papel en el mundo literario, porque tenía muy claro que quería seguir ejerciendo mi profesión y a su vez continuar escribiendo, algo a lo que ayudó mucho el descubrimiento de Juan Benet. Un acontecimiento que fue para mí como para él fue descubrir a Faulkner, que dicho sea de paso también es uno de mis referentes. Benet me enseñó que la exigencia y la labor literaria de altura, la de la ambición de estilo y la de la forma de vida libresca, no sólo no están reñidas con el ejercicio de una profesión exigente, sino que son complementarias, y que en toda la historia de la literatura prácticamente ninguno de los grandes fue un escritor profesional. Hoy estoy a punto de terminar un ensayo sobre su vida y su obra, quizá a modo de agradecimiento. No hay nada en el mundo que quiera ser más que escritor, pero no quiero dejar de ser farmacéutico.
El pasado domingo fui de nuevo a otra feria del Libro (como casi todos los años), sin expectativa alguna, con una novela recién publicada y sabiendo algo mejor dónde estoy y qué me cabe esperar de la literatura. Volvieron a despacharse diez ejemplares firmados, pero me fui a casa mucho más contento que aquella vez tan extraña y frustrante; a una casa donde ahora hay un niño y medio, algunos cientos de libros más en la biblioteca y algo menos de incertidumbre literaria.